SAN CLEMENTE 2025

Relato de la Rodada a San Clemente
Este es mi primer rodada real en la que pernocté con la agrupación, y coincidió con la primera vez de mi amigo y hermano, Ismael, a quien conozco desde hace muchos años. Para quienes no lo conocen, él realizó su primer rodada de instrucción una semana antes del viaje.
Quiero comenzar este relato agradeciendo a todos los que hicieron posible este viaje: Iván, Irina y Gerar, y luego a todos los águilas que participaron de la rodada, con quienes pasé días excelentes. ¡Muchas gracias a todos!


Preparativos y decisiones
Como en todo viaje, este comienza cuando confirmamos nuestra presencia. Dentro del checklist mental de cosas, que yo necesitaba para el viaje, pasaba todo esto por mi cabeza:
– Moto… la tengo.
– Papeles al día… la tengo.
– Seguro… ok.
– Soporte GPS… hay que cambiarlo.
– Service de los 1000… casi listo.
– Bolso… ¡no tengo!

Compramos uno o usamos la mochila? Esto quedo en suspenso. Bueno se acerba la hora del ir al nido, vamos a ver que me recomiendan. Dos viernes antes, otras águilas experimentadas me recomendaron distintas valijas y bolsos; incluso, algunos se ofrecieron a prestarme elementos. Para quienes aún no nos conocen, la solidaridad dentro de la agrupación es algo habitual.
Continuando el relato, les agradecí a todos y, con toda la información y las propuestas en mente, me fui a meditar con la almohada. Decidí viajar con la famosa mochila verde (al menos famosa para mí). De esta elección se derivó mi primer error de novato en viajes: no es lo mismo rutear un domingo 200 km, comer algo y volver a casa que luego rutear 320 km y dormir en otro lado.
La idea que tuve fue colocar la mochila, utilizando sus tiras y broches, por debajo del asiento del acompañante. Con la mochila vacía funcionó muy bien, por lo que ya tenía una cosa menos de qué preocuparme… o eso creía. Acto seguido, compré el soporte para el celular que uso de GPS y comencé a separar la ropa para el viaje. El viernes anterior, tenía la mochila armada, los elementos electrónicos cargados y guardados, y la moto en condiciones impecables. Solo restaba esperar. Durante ese día noté que varios compañeros de viaje mostraban sus motos ya cargadas y listas para salir; sin embargo, al vivir en un edificio, no quería dejar todas mis cosas expuestas en la cochera desde tan temprano ni durante toda la noche, por lo que decidí cargar todo en la moto a la mañana siguiente. No entraré en más detalles de ese viernes… ¡vamos ya a meternos en el viaje! 

Sábado 22 de marzo de 2025 – 05:45 AM
Me despierto ansioso, contento y un poco nervioso, esos nervios lindos antes de hacer algo que te gusta. Veo la mochila, acomodo el cepillo de dientes y, mientras escucho cómo la pava comienza a chistar, preparo un té con galletitas con queso mientras charlo con el perro. Para mi sorpresa, a las 6:00 AM ya estoy en la cochera con la mochila, el casco, los guantes… casi todo listo, aunque aún me faltaba colocar la mochila en la moto.
Saco el asiento trasero, lo apoyo sobre la mochila y… ¿qué pasó? Cuando la medí por primera vez, la mochila estaba vacía; ahora tenía de todo adentro y los ganchos no daban ese abrazo necesario para fijarla correctamente en la moto. ¡Y ahora, qué hago! La llevo en la espalda pense, pero era mucho peso; así que decidí atarla con las mismas tiras que traen estas mochilas tipo camping. Todo esto me hizo llegar muy tarde al punto de encuentro. A las 6:20 AM di aviso que salía de casa y me dirigí al encuentro. Pido disculpás nuevamente por el atraso.
Llegué a la YPF de AU Buenos Aires-La Plata, saludé a todos y pedí unos zunchos para reforzar la mochila. De la nada aparecieron zunchos, sogas, y sobre todo, mucha buena onda. ¡A esa mochila no la movía nadie! Se armaron los grupos: uno formado por JulioB, Rubia, Mozark y El Goma; y otro por Gerar, Ismael, Tony y Wolfar. Un poco después, dos águilas más salían juntas: Pulpo y Francisco.
Para quienes no lo saben, fue mi primera pernoctación en viaje (anteriormente solo había pernoctado en una fiesta de fin de año) y mi primera vez como primer líder. Con todos en sus motos, arrancamos en formación desde la YPF para tomar la AU BS AS-La Plata hacia nuestro destino: ¡por fin, en ruta!


El camino a San Clemente
Recorrimos 200 km hasta el punto de encuentro intermedio. La sincronización del grupo fue excelente y, en general, el viaje transcurrió muy bien. Por la ruta 2 sorteamos algunos accidentes en el camino (ninguno de ellos nuestro) y continuamos el viaje. Según el GPS, nuestro ritmo de marcha era de unos 100 a 110 km/h; esto es relativo, ya que en varios tramos, señalizados u otros no, la velocidad máxima era de 80 km/h.
A los 190 km, en la localidad de Dolores, noté que la moto número dos hizo un gesto para detenernos. Pusimos balizas y nos desviamos a la derecha. Al bajarme de mi moto, observé a la moto de Tony, con la lengua afuera, conversando con ella, señalaba que necesitaba un poco más de combustible. La pusimos en contacto y verificamos que la “E” estaba titilando como nunca. Por esto, Tony se quedó con su mujer y la moto; Ismael hizo de compañía y, junto con Gerar, nos fuimos a buscar combustible. Por suerte, estábamos a 10 km de una estación de servicio.
Al llegar, nos encontramos con el otro grupo, charlamos un poco y les actualizamos la situación de Tony. Procedimos a llenar nuestras motos y pedimos un bidón a la operaria de la estación. Para nuestra sorpresa, nos dijo que no tenía ningún bidón, pero que nos conseguía uno; la suerte seguía de nuestro lado. Con el bidón cargado, salimos de la estación y nos unimos a Gerar para rescatar a Tony. Al llegar, notamos que Tony, su mujer e Ismael estaban ocupados sacando selfies. De cualquier manera, le entregamos el bidón, él cargó combustible en su moto y continuamos por 10 km nuevamente hasta la estación para estirar las patas.
Aprovechamos para tomar un café con medialunas y compartir charlas; no recuerdo la hora exacta, pero debió ser casi las 11:00 AM. Tras unos 20 minutos de charla, subimos a nuestras motos y pusimos rumbo final hacia San Clemente, restando aproximadamente 120 km. El trayecto tuvo un mix de paisaje vacuno y un desierto inmenso en algunos momentos; la ruta, en ciertos tramos, estaba en buen estado y en otros, no tanto. Tampoco tuvimos mucho tránsito, lo cual fue positivo para relajarnos, aunque la temperatura era algo elevada y la humedad aumentaba conforme nos acercábamos al destino.
En un tramo tan tranquilo que resultaba casi hipnotizante, tuvimos que esquivar a un pájaro gigante que casi me rompe la moto ( a mí,y yo a él). No sé qué sucedió: se interpuso en medio de la ruta y se movió hacia donde íbamos a pasar. En fin, sorteado este OVI (Objeto Volador Identificado, jajaja) continuamos el viaje sin problemas.


Llegada y descanso en San Clemente
Aproximadamente a las 12:15 llegamos a San Clemente, y minutos después ya estábamos en el alojamiento. El lugar era muy bonito, y saber que todos estábamos bien hacía que todo se sintiera nucho mejor. Guardamos las cosas, pelamos a puño limpio (en tono amistoso) por las camas y preparamos unos mates antes de ir a la playa, que estaba a solo una cuadra. Tuvimos nuestro primer contacto con el mar; algunos se animaron a meterse un poco, el agua estaba tibia, aunque el oleaje era intenso.
Luego de conversar un rato, decidimos ir a almorzar. Mientras nos acercábamos al centro, se percibía la sensación de estar en una ciudad desierta… ¡ni perros se veían! Al fin, al llegar, encontramos solo cuatro lugares abiertos para comer. Nos decidimos por dos opciones: uno tipo parrilla y pescados, y otro con pastas, pizzas y pescados; optamos por este último. El local era amplio, con muchas mesas y una carta que combinaba con el ambiente, aunque, al no haber mucha gente, mostraba platos que no estaban disponibles. La mayoría eligió pastas, algunos optaron por pescado y, entre bebidas, se pidió muchísimo pero muchísimo pan. Tanto fue así que, en un momento, se vio al mozo ir a buscar más pan a otro lugar. El lector comprenderá que manejamos muchos kilómetros, nos levantamos temprano y, obviamente, somos todos de buen comer y tomar, claro está siempre agua!.
Después del almuerzo fuimos a tomar un café a media cuadra y a pasear un poco por el centro. Es increíble cómo pasa el tiempo cuando la pasás bien; seguro te está pasando ahora mientras lees este breve relato.
Volviendo a lo nuestro, entre charla y charla, las horas pasaban como agua entre los dedos. Llegamos a la casa, preparamos mate y volvimos a compartir anécdotas, hasta que alguien, de forma iluminada, dijo: “¡Che, hay que comprar la cena!” Salimos cuatro a hacer las compras, mientras el resto organizaba la casa. Queda una anécdota del Pulpo y el carnicero que él mismo se encargara de contar.
Terminamos las compras. Lo más importante fue la picada y el pedazo gigante de bife de chorizo que nos llevamos, el cual se convertiría en el protagonista de nuestra cena, almuerzo y, nuevamente, de la cena. Ibamos cerrando el primer día, con Pulpo haciendo el asado, la lluvia que comenzaba a caernos encima, pero eso no impedía que continuemoste charlándo cerca del fuego. Mientras algunos otros aprovechaban a sacarse el polvo de ruta dándose una ducha. 
Llego la hora de la cena, como siempre Pulpo destacando en la parrilla, pero vuelvo a destacar el excelente ambiente cada vez que estábamos todos juntos. Nos dispusimos a cenar, charlar y charlas hasta la madrugada. Es increíble la cantidad de anécdotas que hay en la vida de cada uno de nosotros y en la agrupación, dan ganas de salir a rodar juntos mucho mas seguido. Ya de apoco cayendo la madrugada comenzamos a acomodar todo y dirigirnos a nuestras camas. Esto fue el fin del dia 1. En un rato subo el día dos. 

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